martes, 16 de noviembre de 2010

Historia de un Regreso

París. Es la ciudad más romántica del mundo, pero ella se siente sola. Sola porque no puede hablar con él y decirle lo que siente. Claro que no, él está a miles de kilómetros, del otro lado del océano.
Está sentada en uno de los sillones mullidos que ocupan el living de su departamento, tomando una taza de café. Su mirada se pierde en el espectáculo nocturno que le ofrece la ventana. Intenta evitarlo, pero su mente viaja hasta su país, donde está Sebastián. De pronto comienza a recordar. Sí, ahí está el día en que se conocieron: una tarde de invierno, ese invierno frío de su ciudad. Ahí están los dos, enfrascados en una entrevista que a él le servirá para descargar tensiones, y a ella para aprobar la cursada de una materia del primer año de su carrera. Cuando las preguntas se terminan, se apaga el grabador, se dejan de lado los apuntes, y empieza el verdadero conocimiento. Él recuerda haberla visto en el club, en algún partido de básquet. Ella le confiesa que sigue su campaña como puede: a veces a través del diario, a veces por televisión.
Los recuerdos siguen su curso, y aparece otro momento, tan importante en sus vidas: ese partido a beneficio que jugaron las figuras del básquet de su ciudad, entre las que estaba él. Sebastián la había invitado especialmente, le había regalado entradas que ella compartiría con su amiga del alma. Al finalizar el partido, se había acercado a ellas y, tan caballeroso como siempre, las había invitado a cenar. Esa fue la noche más emocionante. Después de comer habían llevado a su amiga a la casa y habían ido a un café tranquilo, para poder hablar.
Cambia el escenario. Ahora están en la casa de él nuevamente, con la familia de él. Están celebrando el cumpleaños del hermano menor que, de todos modos, es mayor que ella. El almuerzo se extiende hasta el atardecer. El agasajado sale, la familia ordena y limpia, y Sebastián la acompaña hasta su casa. En el camino él permanece callado, hasta que no logra contenerse y le habla desde lo más profundo de su ser. No puede jugar más a ser amigos, la ama. Ella no entiende que pasó, pero de pronto su sueño se vuelve realidad. Según indica su nostalgia, los días siguientes fueron los más felices. Pero como todo, esos días terminaron. Él debía viajar a España para seguir su carrera deportiva. Ella debía permanecer en la ciudad, al lado de sus padres, y finalizar sus estudios.
El café se ha enfriado, su mente le indica que debe levantarse a calentarlo, pero su cuerpo no obedece. Las lágrimas surcan su rostro. Lo extraña, lo extraña mucho. Y hoy es el día que más lo necesita. Un día como hoy, pero hace siete años, empezaron a salir, y es la primera vez que no están juntos. “Qué orgullosos y egoístas fuimos”. Eso es lo único que puede pensar. Es que hace ya tres meses que está instalada en París, cumpliendo con una corresponsalía para una cadena de noticias: él no quiso seguir la relación a la distancia, y ella no quiso dejar su carrera.
Se levanta y se acerca a la ventana. No puede entender qué es lo que le está pasando. Por qué está sufriendo ahora por algo que había sucedido hacía casi medio año.
Vuelve a su sillón, respira hondo, vuelve a recordar. El día que despidió a Sebastián en el aeropuerto se hicieron una promesa que nunca olvidarían. Cuando ella finalizara sus estudios se reuniría en Europa, él afrontaría todos los gastos. O en su ciudad de origen, y se casarían. Nada de esto había sucedido, pero la relación se había mantenido en pie dos años más. Hasta ahora...
Recuerda una caminata romántica, de esas que él le solía proponer. Había sido en una comarca serrana cerca de su ciudad, bajo una arboleda interminable. Fue por los días en que cumplieron un año de novios. Él había llegado hacía poco tiempo de España, para tomar sus vacaciones. Lo primero que hicieron fue escaparse a las sierras. Ella era la persona más feliz sobre la faz de la tierra. El verano siguiente había sido muy distinto. Él, que ya tenía 32 años, se había retirado de la actividad deportiva, y ahora llevaban adelante, con uno de sus hermanos, un emprendimiento empresarial. Las vacaciones, esta vez, habían sido en una playa también cercana, en la casa de ella.
Su mente sigue paso a paso su historia con Sebastián, creando en el living del departamento un clima mágico. Tal vez por esa magia es que no quiere moverse del sillón, tal vez por miedo a romperla. Su cuerpo sigue sus instintos, olvidándose de su mente, y la obliga a comer algo. Ya deben ser las diez de la noche. Parece mentira, pero aún no logra adaptarse a la vida europea, por lo que suele cenar en casa, puesto que cuando comienza a tener hambre ya no sirven comida en ningún lado.
Toma su agenda y comienza a discar. Llamará a ese amigo suyo que vive en España, para saber como anda todo. Pero el timbre de su departamento no la deja. A esa hora, escuchar el timbre sin haber contestado antes el portero es extraño. Ella no se asusta, debe ser algún vecino que la necesita. Se acerca a la puerta lentamente y la magia se comienza a romper. Ahora no lo extraña más, lo siente cerca, como si hubiera decidido retomar la relación. “Pobre ilusa”, piensa. Toma la llave y se dispone a abrir.
Del otro lado de la puerta hay alguien que ella conoce de sobra, y que no ha dudado en sorprenderla. Pero ella no lo sabe y abre la puerta confiada. Los segundos le parecen interminables a visitante. Los ojos de ella se encuentran con un par de ojos azul profundo sin entender lo que ven. Esos ojos tan conocidos solo pueden estar ahí por una razón.
Por esos ojos se rompió la magia. Por esos ojos ella había llorado tantas horas.
Los ojos se acercan lentamente y estrechan sus labios en un beso que parece eterno.
La puerta se abrió. Y del otro lado estaba él.