miércoles, 2 de mayo de 2012


Primo: No nací a tiempo para conocerte, ni llegué a saber de vos más que tu nombre. Durante mucho tiempo fuiste las lágrimas en los ojos de mi abuela y de mi viejo, la parte de la historia familiar que se me escapaba de las manos. Fuiste un ramo de flores en el monolito de la Base, un nombre en una placa, la foto que jamás me animé a ver. Fuiste uno de los pibes del Belgrano. Pero no eras uno más. No te conocí, insisto, pero ¡cómo me hubiera gustado hacerlo! Y saber quién era ese sobrino a quien el abuelo Victor quería tanto, ese primo que dejó petrificado a mi viejo en la puerta de una farmacia, ese nombre que la abuela pronunciaba siempre en voz bajita para no llorar.
Me gustaría contarte que se siente llevar tu apellido. Decirte que me enseñaron de chiquita a rendirte homenaje como el héroe que fuiste y que ahora, cada vez que puedo, me detengo frente al mármol que inmortaliza tu nombre y, en silencio, elevo una breve plegaria. Y te imagino allá arriba, tomando mate con el abuelo. . .