martes, 11 de enero de 2011

No sabés lo fácil que es odiarte cuando no estás. Es sólo cuestión de sentarme y pensar tus defectos. Lo que supongo que hacés y no me gusta. Lo que invento que me ocultás y me molesta. Es muy simple convertirte en la cuna de todos los males. El prototipo de hombre indeseable. Que miente. Que se escapa. Que no va de frente.

Es tan pero tan simple que casi me divierte hacerlo. Te vas y enseguida empiezo a desidealizarte. Busco excusas, pretextos. Encuentro entrelineas en frases simples y directas. Sospecho de cada palabra, de cada letra, de cada silencio.

(Pero después, cuando volvés y te preocupás por como estoy, por como me siento, y preguntás sobre indicios que ni siquiera sospecho que vas a notar, ahí me doy cuenta que no puedo. Que tus palabras son sinceras. Que tengo que darle tiempo al tiempo. Que si quiero odiarte voy a tener que esfrozarme un poco más. Porque, cuando me hablás, te volvés a convertir en el hombre perfecto)