Primo: No nací a tiempo para conocerte, ni llegué a saber de
vos más que tu nombre. Durante mucho tiempo fuiste las lágrimas en los ojos de
mi abuela y de mi viejo, la parte de la historia familiar que se me escapaba de
las manos. Fuiste un ramo de flores en el monolito de la Base, un nombre en una placa,
la foto que jamás me animé a ver. Fuiste uno de los pibes del Belgrano. Pero no
eras uno más. No te conocí, insisto, pero ¡cómo me hubiera gustado hacerlo! Y
saber quién era ese sobrino a quien el abuelo Victor quería tanto, ese primo
que dejó petrificado a mi viejo en la puerta de una farmacia, ese nombre que la
abuela pronunciaba siempre en voz bajita para no llorar.
Me gustaría contarte que se siente llevar tu apellido.
Decirte que me enseñaron de chiquita a rendirte homenaje como el héroe que
fuiste y que ahora, cada vez que puedo, me detengo frente al mármol que
inmortaliza tu nombre y, en silencio, elevo una breve plegaria. Y te imagino
allá arriba, tomando mate con el abuelo. . .